Pasando Apizaco (publicado el 15-04-12 en el cuarto de guerra)


Somos profesores. Todos los días nos levantamos a las cinco de la mañana, tomamos la primera muda de ropa que encontramos, algo sencillo; tenemos que llegar a las zonas más alejadas de Tlaxcala. Nos ponemos chamarras gruesas y a las cinco treinta, a más tardar, salimos de nuestras casas. A las seis ya hay que estar formados junto con secretarias e intendentes para abordar el camión amarillo que nos lleva a nuestros centros de trabajo. Si uno llega tarde tiene que irse parado o de plano en transporte público, que es más tardado y, sobre todo, cuesta.

En la penumbra es difícil ver quiénes ya están formados, pero las compañeras siempre distinguen a alguien y entonces cuentan el último chisme sobre esa persona. Después de unos minutos en el frío, subimos al camión y de forma estratégica apartamos lugar para quedar sentados en pareja. En la parte trasera siempre se van los más escandalosos.
 Ya en el autobús saludamos a los conocidos. Nunca falta una buena platicada antes de que las luces del camión se apaguen y unos se queden dormidos y otros se carcajeen por algún chiste de los que van atrás.
 —Ve a mi vieja, ¿a poco no le quedan bien esos jeans?
 —¿Ya llegó tu novio, Lulú?
 —Mira quién se quedó parado…
 —Parado va a estar ahorita Luis…
 —Shhh, ahí viene mi nalga…
 El camión se llena rápido. Unos maldicen entre dientes por no ir sentados y se sostienen con fuerza del tubo del techo; otros se acurrucan en su brazo levantado y pretenden irse dormidos así, de pie. La luz se apaga. El camión carraspea y empieza el tour. Corremos bien las cortinas. Los que vienen sentados atrás sueltan risotadas, nosotros contamos chistes, los de adelante se alburean. En los asientos de en medio las cabezas empiezan a acercarse, tal vez sea el frío colado por alguna ventana mal cerrada. Empieza el toqueteo, metemos la lengua en la boca del otro, se escuchan leves jadeos.
 El viaje dura hora y media, tiempo suficiente para que terminemos acurrucados con la compañera de asiento, para que se prolonguen los besos y manos aventureras se deslicen bajo las blusas o abran la cremallera de los pantalones. A fin de cuentas, dicen que pasando Apizaco todo el mundo es soltero.

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