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Mostrando las entradas de septiembre, 2005

Predestinados*

Nacieron el mismo día, dieciséis de agosto. Se conocieron en la primaria. Iban a ser novios en secundaria pero Cristina vio un día el llavero de Juan que tenía un burro con la pinga parada y se asustó tanto que ya no le permitió toquetearla en el patio de atrás. Estudiaron en la misma prepa, ella iba en el A, él en el F. Todos los días cuando se bañaba, Juan sentía que el estropajo que pasaba por sus piernas velludas y su sexo de catorce y medio centímetros, recién presumido entre sus amigos Erick, Aldo y Héctor, era estrujado, besado, rasguñado por Cristina que ya ni siquiera le dirigía la palabra. Durante los recesos, mientras él jugaba básquetbol, ella lo observaba de lejos. O tal vez eso le gustaba creer. La rutina de Cristina era sentarse en las jardineras, platicar con sus amigas, comer su lunch y beber electropura. Después de pintarse los labios, el grupito de niñas ruidosas se iba. En cambio Juan se desbarataba al pensar que por cada canasta Cristina lo bebería como a su agua

MI VERSIÓN

Eran las 9:30. Sonó el teléfono. María. Vendría por mí. Necesitaba hablar. No sé exactamente si conmigo. Llegó quince minutos después. Tocó el claxon, tomé una chamarra y salí de la casa. Ella me esperaba afuera. Me dijo que no llevaba dinero, que sólo daríamos una vuelta y nos fumaríamos un cigarro. Iba tensa. Se estresa con facilidad. Sus ojos orgullosos no querían mirarme. Hacía casi un mes que no me buscaba. Compramos cervezas y nos fuimos por ahí. Al poco rato se nos soltó la lengua. Nos estacionamos no sé dónde. Comenzó a hablar con esa voz de dolor que ya conozco. No decía nada concreto. Así sucede cuando queremos sacar algo, contarlo, pero no totalmente. Tenemos que suponer, acaso, adivinar. Volteó hacia mí de repente, y me pidió que la abrazara. Fue un “cógeme” sin palabras. Lo supuse. “Quítame está soledad que traigo encima, esta tristeza”. Quitar soledades, como aquella vez que me quitó la mía y no volvimos a decir nada. La abr

No hay peor lucha que la que no hice

Ya no lucho. Me rindo. Que alguien venga a recoger los escombros. Ahí está de nuevo. La que siempre triunfa, la que invariablemente vence. Se hace acompañar de tu desdén y se llama Cobardía. Ni modo, no gané.