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Mostrando las entradas de marzo, 2015
Eres el destino que no creí tomar y que se convirtió en camino. Un viaje en carretera sintiendo la brisa del mar. Una siesta después de un largo día. Un árbol en medio de una ladera a pleno rayo de sol.  Me recuerdas  que sigo viva. Tfr

El llanto de la mujer sin ojos*

Los autos pasaban veloces a ambos lados de la cuneta. Rocío estaba volteada hacia Apizaco, su mano derecha señalaba hacia el lado opuesto, tenía la otra debajo de ella. Parecía que observaba la escena con su rostro de lado, apoyado contra el pavimento. De ella sólo se alcanzaba a ver la cuenca de un ojo. Era como una muñeca con sus partes desarticuladas. Habían pasado seis o siete minutos desde que tomó la decisión que la llevó hasta ahí. Estaba descalza. Un conductor se detuvo unos metros adelante para tratar de auxiliar. Las sirenas se escuchaban cada vez más cerca. “Perdóname, mamá, es para no llorar más”, decía la nota que el equipo de periciales encontró en el bolsillo trasero del pantalón de mezclilla que Rocío se había puesto esa mañana para ir al mandado. Hacía diez meses le había confesado a su mamá que estaba embarazada. Sí, era de Nacho y aunque su madre le había dicho siempre que ese hombre era un bueno para nada, Rocío estaba feliz con él pues se trataba de uno de los

Cambio*

Rayos, ¿por qué se alargará tanto el camino? No, no se alarga, así le parece. Probablemente es sólo cansancio. Rocío lleva lentes oscuros, blusa azul turquesa, pantalones pegados y botas blancas hasta la rodilla. Su paso es firme. Hay que llegar a casa. Hablará por teléfono, ¿con quién? Podría ser con Ricardo. No, no, no. Si viene, va a causar un alboroto en la casa, a beberse el bar completo. Mejor hay que hablarle a Martina y Samantha. Pero tendría que prepararles unas galletitas con mermelada y agua de jamaica.             Rocío sigue andando. Intuye la mirada de la gente que pasa junto a ella; cuando algún conductor voltea a verla se da cuenta de inmediato. Es más, hasta las mujeres la ven.             De vez en cuando mira los aparadores. Esos zapatos están bien, aunque quizá deberían ser más puntiagudos. Piensa que hace tiempo se los habría comprado para usarlos en alguna cena formal sin ningún problema; ahora, simplemente, le parecen aburridos.             Ve su reloj.