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Mostrando las entradas de mayo, 2012

Oda sobre la Melancolía, de John Keats

I No, no, no: no vayas al Leteo, ni quebrantes Acónito, raíz tiesa, por su vino tóxico; Ni pruebe tu frente incolora a ser besada Por belladona, uva rubí de Proserpina; Tampoco hagas tu rosario de moras infectas, Ni dejes que la polilla, ni el escarabajo Sean tu Psique gemebunda, ni el búho tenue Un compañero en los secretos de tu congoja; De sombra en sombra quedarás harto aletargado, Y se sumergirá la angustia insomne del alma. II Pero si cayera recia la melancolía Súbita del cielo como nube lacrimosa, Que cultiva toda flor de cabeza rendida, Y cubre la loma verde en mortaja de abril, Vuelca tu desdicha en una rosa tempranera, O sobre el arcoiris de la ola salada, O en la bienandanza de las peonias rotundas; O si tu dueña muestra cierta ira mayor, Apresa su mano blanda, y deja que delire, Y nútrete a fondo ante sus ojos sin igual. III Ella mora con Belleza —que habrá de morir—; Con Júbilo, cuya mano siempre está en sus labios Diciendo adiós; y cerca

Lamentación de Dido/Rosario Castellanos

Guardiana de las tumbas; botín para mi hermano, el de la corva garra de gavilán; nave de airosas velas, nave graciosa, sacrificada al rayo de las tempestades; mujer que asienta por primera vez la planta del pie en tierras desoladas y es más tarde nodriza de naciones, nodriza que amamanta con leche de sabiduría y de consejo; mujer siempre, y hasta el fin, que con el mismo pie de la sagrada peregrinación sube —arrastrando la oscura cauda de su memoria— hasta la pira alzada del suicidio. Tal es el relato de mis hechos. Dido mi nombre. Destinos como el mío se han pronunciado desde la antigüedad con palabras hermosas y nobilísimas. Mi cifra se grabó en la corteza del árbol enorme de las tradiciones.Y cada primavera, cuando el árbol retoña,es mi espíritu, no el viento sin historia, es mi espíritu el que estremece y el que hace cantar su follaje. Y para renacer, año con año, escojo entre los apóstrofes que me coronan, para que resplandezca con un resplandor único, éste, que

Sonetos a Orfeo/Rainer Maria Rilke

III Para un dios sí es posible. Pero explícame ¿cómo lo va a seguir un hombre con la menguada lira? Su sentido es discorde. En el cruce de dos sendas del corazón no se alza un templo a Apolo. El canto como tú lo enseñas no es anhelo, no es petición de algo aún no conseguido; el canto es existencia. Es fácil para el dios. ¿Pero cuándo existimos nosotros? ¿Cuándo vira él hacia nuestro ser los astros y la tierra? El que tú ames, muchacho, no es idéntico, aunque la voz te esté forzando a abrir la boca. Aprende a olvidar que has cantado. Eso es algo que fluye. Cantar es en verdad un aliento distinto. Un hálito por nada. Soplo en el dios. Un viento.

Declaración

He de confesarte, amigo, que aún lo extraño. Aunque él diría que solamente recuerdo nuestros malos ratos, imposible decirle ahora, por obvias razones, que los hechos buenos me los guardo para llorar a solas porque son los que me hacen querer estar a su lado. Me regodeo en todos los eventos en los que ya no está, es sólo eso. Tengo que decírtelo, ser totalmente sincera, porque físicamente estoy contigo aunque mi pensamiento es todavía de él. Déjame tomarte la mano, no quiero que me sueltes. Te necesito aquí, conmigo, eres mi presente. Él se ha vuelto bruma, espejismo, nube que flota en mi cabeza porque aunque se empeñe, algo en mí se niega a instaurarlo en el pasado. Aún recuerdo su pierna sobre las mías y su brazo envolvente cuando dormíamos. Todavía siento su espalda contra mi espalda al amanecer. Tengo muy vívidas las caminatas nocturnas y los besos últimos como los primeros. Su cabeza agachada para alcanzarme y sus labios seguros. Me tenía confianza, amigo, no sé después qué pas