Entradas

Mostrando las entradas de noviembre, 2005

José Emilio Pacheco: "Batallas en el desierto"

Recientemente fue otorgado al escritor mexicano José Emilio Pacheco el premio de Poesía Ciudad de Granada, Federico García Lorca, considerado el de mayor dotación económica de poesía en lengua española, es por ello, que hoy, a manera de reconocimiento he querido hablar de una de las obras fundamentales de este autor. Podemos decir que José Emilio Pacheco es polifacético, ha figurado tanto en poesía como en prosa, además se ha dedicado al oficio de traductor, editor, docente e investigador en diversas universidades. Nació en la Ciudad de México en junio de 1939 y su obra comenzó a recibir reconocimiento rápidamente. Batallas en el Desierto fue publicado en 1981, en él, el personaje principal, el narrador, nos presenta un trozo de su infancia en la colonia Roma de la Ciudad de México. “Ciudad en penumbra, misteriosa colonia Roma de entonces. Átomo del inmenso mundo, dispuesto muchos años antes de mi nacimiento como una escenografía para mi

Perfumería

Para Adrián Márquez Ay, Carlos, con seguridad te envolvía aquel aroma de Carolina Herrera que prefiero no recordar. Llevabas puesto un pantalón beige, camisa del mismo color y una chamarra de gamuza que acentuaba el ancho de tus hombros. Como siempre tu cabello, mezclado con la noche, se revolvía con el viento frío. El tráfico estaba horrible, eran casi las diez. La ventana estaba abierta pues Tatiana olía demasiado al Chanel que no va con ella y además no paraba de oprimir los botones del estéreo. Exploraba cada pista del CD durante unos segundos, pasaba a la siguiente y al final sacaba el disco para meter otro. Te conocí en la tienda, te recomendé una fragancia fresca, audaz y con notas cítricas. Me invitaste a salir. Fuimos a un bar que no conocía en donde me enajené con tus ojos, dónde bebimos y platicamos a gusto. Nos marchamos después de las tres de la mañana, pregunté a dónde íbamos, propusiste tu departamento y dije bueno. Cuando encendist

Fidelidad felina

Sebastián se encaramó sobre los libros que Julieta tenía apilados en la silla, se inclinó, estirando la columna vertebral pero con los cuartos traseros bien plantados sobre la enciclopedia hispánica, todo con tal de meter la cabeza en la bolsa de whiskas que su dueña había dejado supuestamente fuera de su alcance. Logrado su propósito, comió algunas croquetas pero se detuvo al sentir frío recorriéndole el lomo. Con cuidado, se incorporó y vio con su único ojo que entre la penumbra, la sombra de su dueña lo observaba. Tal vez creyendo que se había hecho acreedor a una reprimenda, el gato bajó de un brinco y lambiscón, fue al encuentro de los tobillos de su dueña. Conforme se acercaba, titubeó un poco y quiso regresar a continuar su cena. Después de voltear un par de veces hacia la bolsa de alimento, continuó su lento avance al encuentro de Julieta. Ella se había ido. Cuando Sebastián llegó al lugar donde su dueña había estado parada, se sentó extrañado, movió la cola como asustándose un