Tenía razón Mr. B, a estas horas no hay mucho qué hacer en esta ciudad. Sólo caminar y ver cómo van cerrando los cafetines del centro. Hoy por hoy extraño más su charla, Sr. B, pero tuvo que irse después de una despedida constante y sempiterna. Le quedaba chica la city, lo sé. Pero extraño esas charlas absurdas como absurdo era que Luis Miguel fuera un genio y no hubiera hecho algo para reinventarse; extraño hablar de las perversidades de las que es capaz la humanidad, oyendo música rara que usted bajaba y que provenía de otros países, oyendo mi música triste con vino, es más, hasta con ese café que preparaba usted en su maquinita milagrosa.
Nos sentábamos frente al gran ventanal de su sala y contemplábamos la noche, la poca gente al pasar, las parejitas en el parque, las gotas golpear el cristal de su gran ventana y hablábamos. De internet, de Dios, de poesía. Todo se conectaba en nuestra plática como aletear de aves migratorias.
Ahora está usted a algunas horas de distancia. No tantas si pensamos que hicieron una super carretera que llega hasta allá. Muchas si recordamos que no debemos estar juntos ni charlar. Quizá sólo pensarnos así, en el recuerdo.

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