Hombros cobrizos*/Tzuyuki Romero
Arely es buena onda y además
inteligente. Siempre saca buenas calificaciones y eso que no le gustan las
matemáticas porque según ella, son muy complicadas. Con la gente con la que no se lleva es más bien
callada, a lo mucho les sonríe, pero no se atreve a ser espontánea como con
nosotros. Si alguien le hace una pregunta, se intimida y da respuestas cortas,
con su voz grave. Está buena, ya lo había notado, pero es nuestra amiga. Apenas
ahora que estamos a punto de pasar a segundo la veo con otros ojos. Está en el
grupo de teatro de la escuela, nos ha invitado a todos a la obra en la que está
participando. Fui a verla con los de la bola.
Roger también ha empezado fijarse en ella. Lo sé porque se pavonea más
de la cuenta, porque fanfarronea cuando Arely está presente. Es su costumbre
ser presuntuoso pero ahora lo hace exageradamente y eso me fastidia: “Mira
Aldo, no te gustan mis tenis, ¿tan fregones no? Tienen válvula…” y la mamá del
muerto. Siempre le ha gustado competir conmigo en calificaciones, en el fútbol
y ahora quiere ver quién se gana a Arely. Pero ella ni lo nota. Nos habla muy
quitada de la pena. Vamos a su casa a hacer tareas, nos platica de las obras
que montará con el grupo el próximo año. No ha cambiado con nosotros.
Ni Rogelio ni yo nos hemos atrevido a nada.
Parece que no nos animamos a dar el primer paso. Sus amigas deben sospechar que
andamos tras de ella pues nos ven de reojo, se secretean cuando hacemos algún
movimiento. Se ríen.
Roger y yo somos amigos
desde hace mucho. Vino con sus padres a vivir a la colonia cuando tenía siete
años, hemos sido compañeros de salón como tres veces, nos encantan los deportes
y nuestras mamás alimentaron la amistad y al mismo tiempo la competencia entre
nosotros. Es buen cuate, estuvo conmigo cuando me fracturé el brazo al caerme
de la bicicleta hace como cinco años y me dio consejos cuando a los trece
anduve en la pendeja por una chava que me dejó. Yo lo he apoyado cuando él y su
papá se mandan al carajo, incluso se vino a dormir varias noches a mi casa
porque la situación en la suya estaba del nabo. Es que su papá le pintó el
cuerno a su má y desde entonces Roger y su jefe no se llevan bien. Pero ahora
la cosa es distinta entre nosotros, me he propuesto conquistar a Arely y no voy
a dejársela por muy mi amigo que sea. Se me revuelve el estómago de sólo pensar
que él pudiera besarla, acariciar su piel.
Me pongo nervioso al ver a
Ary, me ciegan esas blusas moradas, fiushas o azul turquesa que le gusta usar y
que dejan al descubierto la dorada tersura de sus brazos, del pecho y el
cuello. No voy a dejarle el camino libre a Rogelio. Puedo soportar que me
presuma su nueva chamarra, su reloj, su celular. Puedo dejar que compare sus
calificaciones con las mías, puedo permitirle incluso hacer alarde de que juega
mejor que yo, que ha metido más penales, que diga que ha tenido más novias.
Pero ésta es una cuestión de honor, son palabras mayores, no se compara con las
batallas de videojuegos, con ningún partido o examen. No puede ganarme a Arely,
pienso tener mi primera vez con ella. Aunque el Roger tiene chance por su buena
pinta. Es alto y le gusta peinarse con mucho gel, con los cabellos parados,
igual que a mí. Y a los dos nos late usar perfume, ya vimos que a las chicas
les gusta. Pero al vestir, yo prefiero los suéteres y él opta por las
chamarras. Se ve machín. Recuerdo que cuando empecé a usar tenis caros, él no
pudo quedarse atrás y se consiguió unos todavía más caros. Si a mí me cuesta
una materia en la escuela, es aquella en donde él se esfuerza más y viceversa:
si a él se le dificulta la
Historia, ahí es donde mejor me va.
Arely
es chida. Tiene el cabello ondulado y largo, lo que le da un aspecto
desaliñado. No le gusta el maquillaje, sólo se pinta las uñas con colores
brillantes como los de los tops que combina a veces con bufandas deshilachadas
envueltas en su cuello delgado. Parece que también Roger ha adivinado la tersura
de su piel: no deja de mirar la curva de sus hombros cobrizos, no se cansa de
sumir la vista en el escote. También lo he pescado viéndole el trasero. Es
obvio, cómo no prestarle atención si los jeans ajustados le hacen mucha
justicia a esa parte de su cuerpo. Aunque la chica es desenfadada al vestir,
siempre con sus Converse, se ve muy
bien pero no lo nota, o no se cree por eso. Se mueve normal, sonríe
naturalmente, tararea sin pena delante de nosotros, mastica chicle al mismo
tiempo que sus amigas, se ríe, bailotea, nos platica cualquier cosa. Más que
amiga, parece nuestro amigo. Ni se
imagina que es objeto de nuestras pasiones, que estamos librando una batalla
para ver quién la consigue.
Juan, nuestro otro cuate,
nos sigue el juego a Roger y a mí. Ambos nos hemos confesado con él, sabe que
queremos con la chava, a los dos nos sigue la corriente y nos engaña, diciendo
que no va a apoyar al otro y aconsejándonos sobre qué hacer. Yo creo que hay
que tener cuidado, puede creer que tenemos una apuesta, no vayamos a asustarla
y al rato ni su amistad nos quede.
Conozco
a Roger desde hace tiempo, sé que seguramente le ha regalado peluches, pero yo
en cambio, le he escrito poemas. Sé que la debe acompañar a casa a la salida de
la escuela. Pero yo voy por ella algunas tardes, cuando sale de su clase de
teatro y le explico matemáticas. Y también sé que lo invitó a su fiesta de
cumpleaños, igual que a mí. Es mi oportunidad para llegarle. Le compré el libro
de Sabines que quería. Cuando se lo dé voy a besarla. No quiero que Roger se de
cuenta, porque va a sentir gacho cuando vea que volví a ganar. Como la vez que
a los ocho años llegué en primer lugar y él en segundo. Por poco me deja de
hablar. No es buen perdedor. Aunque, a
decir verdad, me da miedo que Arely no me corresponda. Quizá lo tome a juego,
con eso de que es la amiga, casi casi nuestra sister. Se vaya a chivear, me
vaya a mandar al diablo.
Roger y yo no somos amigos ahora, sino
un par de hombres que luchan por la mujer que desean. Él le trajo un ramo de flores,
se las entrega mecánicamente y se sienta muy mamón en el sillón opuesto al que
estoy yo. Me pregunta si vi el juego de la selección en la tele, contesto que
sí y hago algún comentario respecto al arbitraje. Juan, nuestro compinche,
platica con las chavas cerca del estéreo. Arely nos pasa la charola con la
botana y luego se va a platicar junto a la mesa. Roger responde a mi comentario
exagerando el volumen de voz y llevándome la contraria, luego se levanta y me
da un par de palmadas en la espalda. Va a donde está Arely. Veo de reojo que
ella, amable, le sirve refresco. Lo estoy vigilando, no voy a dejarlo avanzar.
Me levanto y camino hacia la mesa de las botanas. Arely nota que me acerco, se
voltea y me pregunta que si estoy bien. No puedo quitar los ojos del tirante
azul cielo que sobresale debajo del top verde que trae puesto. “Me quieres”,
pregunta, le digo que claro y le entrego el libro. Me acerco despacio, la
abrazo y le planto un beso. Ella corresponde. Se separa con una sonrisa y
voltea a ver a mi amigo.
Gané, Rogelio tiene que
aceptar su derrota. Me quedo con una sonrisa de oreja a oreja. Mientras, ella
se aproxima a él despacio. “¿Tú no me vas a dar mi abrazo?”, le dice y se
cuelga de su cuello, quizá es una muestra de compasión, un detalle para
consolarlo. Pero ahora acerca su rostro al de él. Lo ve fijamente,
probablemente está jugando. Continúa acercándose, siento una punzada en el
estómago, lo atrae hacia ella, no creo que pase lo que me imagino. Pasa,
después del beso ambos voltean a verme. Sonríen.
Hace media hora que los espero en la
segunda banca del parque, como quedamos. Son ocho y media, ya no hay nadie por
los alrededores. Arely trae el libro de Sabines bajo el brazo, viene tomada de
la mano de Roger. Avanzan hacia mí y se sientan en la banca. Siento el calor del muslo y de la cadera
de ella junto a mí. Voltea y me besa
largamente en la boca. “¿Te hicimos esperar mucho?”, me dice al terminar y yo
contesto que no sin quitar la vista de su dorado hombro izquierdo. Roger,
sentado del otro lado de la banca, le besa el derecho.
*De El llanto de la mujer sin ojos. ITC, 2010
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