Yacaré

-Arnoldo Tauler-
De nada les valieron las armas recibidas a través de la OTAN (norteamericanas, francesas y germano-occidentales; luego serían las de Pekín),  y la cogieron por aplicar la defoliación (como en Viet Nam), y fue el ácido triclorofenoxiacético, el ácido cacodílico y el conocido Tordon, cayendo sobre las zonas rebeldes y haciendo que la población civil huyera hacia Zambia y Zaire, no sin antes morir envenenados ancianos y niños, pobladores pacíficos de las sanzalas.
Y fue la tortura, de todo tipo, como la del yacaré, porque había que utilizar <<los recursos naturales>> del medio ambiente.
Y el hombre colgaba sobre la turbia y lenta corriente del río, con los ojos abiertos hasta la sorpresa esperada de ver el movimiento sinuoso del saurio, confundiendo sus duras escamas entre los ramajes caídos o las plantas de las orillas.
Venía lentamente, sin apuro, como el que sabe que tiene el alimento asegurado. Primero era como un chapoteo en el agua, luego una especie de tronco que aparentemente se deja arrastrar por la corriente, dócil, con los ojos sobresaliendo por encima del carapacho oscuro, en busca de los pies que se agitan, que se levantan y vuelen a caer una y otra vez, movidos por el humano miedo, por el natural instinto de escapar a la mutilación o a la muerte.
La risa de los soldados hace coro a la agonía del prisionero. De pronto hay una pausa.
― ¿Dónde están los otros guerrilleros?
Silencio. Y la soga baja unas pulgadas más.
Los yacarés dan vueltas, esperando tener al alcance de sus mandíbulas la víctima que se les ofrece lentamente, como para tentar el apetito.
― ¿En qué lugar de la selva se esconden?
Silencio. La soga. Unas pulgadas más.
― ¿Quiénes asaltaron el convoy?
Los cocodrilos se inquietan, como los pies, que ahora se tienen que mantener alzados. La soga cede unos centímetros…
― ¿No vas a hablar?
Silencio. La soga resbala por el tronco donde da una vuelta; resbala por la rama, resbala en el aire. La soga cede. Queda floja en las manos blancas del soldado. Hay una convulsa agitación del agua turbia, un destello agudo de dientes y bocas abiertas que se vuelven a cerrar. Junto al grito final que se traga el follaje de la selva, hay un chapoteo de lucha inútil, de júbilo animal en el río.
Luego el agua va perdiendo su tinte rojizo hasta volver a ser gris, y la corriente vuelve a ser  tranquila.
Como si nada hubiera pasado.

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