Un poema a propósito de la falta de compromiso y los amores postmodernos

Ven a sentarte conmigo, Lidia, a la orilla del río.
Sosegadamente miremos su curso y aprendamos
que la vida pasa, y no tenemos las manos enlazadas.
(Enlacemos las manos.)

Luego pensemos, niños adultos, que la vida
pasa y no queda, nada deja y nunca vuelve;
va hacia un mar que está lejos, cerca ya del Hado,
más lejos que los dioses.

Soltémonos las manos, pues no vale la pena cansarnos.
Gocemos o no gocemos, pasamos como el río.
Más vale saber pasar silenciosamente
y sin grandes desasosiegos.

Sin amores, ni odios, ni pasiones que alzan la voz,
ni envidias, dan harto movimiento a los ojos,
ni cuidados, pues si los tuviese el río igual correría
y siempre iría a dar al mar.

Amémonos tranquilamente, pensando que podríamos,
si quisieramos, cambiar besos y abrazos y caricias,
pero que más vale estar sentados uno junto a otro
oyendo correr el río y viéndolo.

Recojamos flores, tómalas tú y póntelas en el regazo
y que su perfume suavice el momento—
este momento en que sosegadamente en nada creemos,
paganos inocentes de la decadencia.

Al menos, si yo fuese sombra antes, te acordarás de mí
sin que el recuerdo te arda o te hiera o te perturbe,
pues nunca enlazamos las manos, ni nos besamos
ni fuimos más de lo que son los niños.

Y si antes que yo llevaras el óbolo al barquero sombrío,
nada tendré que sufrir al acordarme de ti.
Me serás suave a la memoria recordándote así —a orillas
del río—,
pagana triste con flores en el regazo.



*Del libro "Poemas" de Fernando Pessoa.

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