P. no sé si es de reprochar o de agradecer pero irónicamente eres el único que ha notado mis ataques de ansiedad. Quizá porque los has visto de cerca entre tus amigos creativos o tal vez porque en el fondo tú también los has sentido.
Y hablo de ironía porque antes era difícil, más bien imposible que “notaras” cuando algo me molestaba. Recuerdo las pláticas que tenías con tus amigas, en donde me quedaba abandonada en algún rincón. También tu incansable texteo, contestándole a quién sabe quién. Y entonces no veías, ahí no te fijabas. Parecías no notar que algo me afectaba.
Con el tiempo dejé de estar perdidamente enamorada. Con el tiempo aprendí a no enojarme por lo que no podía cambiar. Con los años dejaste de ser el asombroso y poético descubrimiento de noches felinas y olor a madera. Con los años te vi y me viste en momentos diversos. Hemos llorado, hemos reído, nos hemos emborrachado juntos o cada quién por su lado, he ido y he dejado de estar en tu casa que ya no me parece tan maravillosa.
Y es hoy, que ya no me asombras, que parece que nuestra charla es cada vez más monótona porque ahora yo tampoco te pongo mucha atención, en que te das cuenta de cuando estoy sufriendo un ataque de ansiedad y me desespero y quiero salir huyendo de mi vida y abandonar no sólo lo malo sino también lo demás.
Y a pesar de estar lejos, quizá más que nunca, es que de pronto me preguntas cómo estoy y me aconsejas echar mano de la creatividad que caracteriza a tu círculo de amigos y ponerme a pintar, quizá a tomar fotos, inscribirme en clase de danza contemporánea o ensayar un poco la escritura.
¿Por qué eres tú, sólo tú el que detecta esos episodios de descontrol de mi mente y del hartazgo que me provoca la ansiedad?

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Guardiana del abismo

El retrato de Zoe y otras mentiras, de Salvador Elizondo

G. V. Z.