Casa de muñecas (cuento)

Soy Elisa, tengo una casa de muñecas. Tiene dos recámaras, un baño con tina, una salita que a veces no tengo tiempo de limpiar pero que aún así es acogedora, con un hermoso tapete de Santa Ana Chiahutempan y hasta un televisor. La cocina tiene los siguientes aditamentos: una bella estufa que me heredó mi madre, una mesa y tres sillitas para tres ositos, como en el cuento que le leía a Montse, que siempre me pedía que le espantara las pesadillas con una historia. Mi cuento es que me casé a los diecinueve y trabajo desde los veintiuno, Montse y Luisito crecieron casi solos. A veces mi mamá los cuidaba pero como vivíamos lejos, no siempre podía llevárselos. Cuando no podía contar ni con mi mamá ni con mi prima Cristina para que me los cuidara, los dejaba encerraditos en la casa de muñecas, que en ese entonces era una que rentábamos allá, en el centro, pero que servía para lo mismo. El chiste es que me casé y empezó el juego en mi hermosa casa de muñecas. Jugaba a que hacía la comidita, a que limpiaba la sala y barría la acera, a que tenía un esposo a quien cuidar, a embarazarme y tener un bebé a quien cantarle canciones de cuna y darle la papilla. Después, llegó otro bebé, entonces el esposito se fue y jugar se volvió pesado, los niños lloraban de a de veras porque tenían hambre de a de veras. Tuve que empezar a trabajar de secretaria, abrazarlos menos y dejarlos a veces solos, encerrados muy bien y con comida fría y biberones por toda la sala, por si les daba hambre. Desde los dos años Luisito tuvo que cuidar a su hermana, pero no había quién lo cuidara a él. A veces llegaba a encontrarlos dormidos en el suelo, con la cara escurrida de tanto llorar, los biberones tirados y los pañales repletos.
Luisito hoy tiene casi dieciocho, es un buen muchacho pero siento que tanto a él como a su hermana les faltó un poco de cariño. Una abuela no abraza igual que una madre, mucho menos una tía lejana. Tal vez por eso Montse es dura y Luisito muy ingenuo. A él le tocó más esa etapa de fantasía en la casa de muñecas, era demasiado pequeño para darse cuenta de que no todo era bello ahí, yo intentaba alejarlo de los problemas que tuve con su padre, de su frustración que descargaba siempre que peleábamos; Montse, en cambio, creció con la idea de que hay que ser prácticos, de que hay que sobrevivir. Empezó hace poco de empleada en una paletería y cuando le dieron su primer sueldo llegó corriendo a decirme: “Ten, para que comamos”. Mi niña tuvo que madurar pronto y a veces hasta regaña a su hermano porque dice que anda en las nubes.
No me quejo, hasta hoy nos ha ido bien. Tuve suerte al poder acomodarme en una dependencia de gobierno, hace como cinco años me dieron por fin la plaza y facilidades para conseguir un lugar donde vivir. No puedo quejarme, los tengo a ellos.. Rebeldes, inseguros y con personalidades intercambiadas, creo. Luis tan dócil, Montse en ocasiones tan masculina, aunque sólo en ciertas actitudes.Tal vez no los eduqué tan bien como hubiera querido, pero hemos salido a flote. No me han traído ningún problema. Los vi crecer en esta casa de muñecas, en donde no les falta nada, en donde la única pieza que no está es el papá, que a fin de cuentas, no hubiera servido de nada. Resultó marica. Así tal cual. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, agarró sus preferencias, las empacó y se fue a jugar a la casita pero con otro señor. Bien por él. Yo también a veces quiero volar hacia otros brazos y sentirme respaldada, pero la verdad, tengo mucho miedo. Sé que un día Montse y su hermano se irán. La casita de muñecas con todos sus aditamentos, se quedará sola. Yo también. No quiero compañía. Cuando eso pase, seguiré jugando sola.

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