Ciudad P.

Ayer caminé por la ciudad P. que aunque tiene esa letra por inicial, no siempre se ha portado como la gran P. que pudiera parecer.
Tiene sus puntos buenos, como las veces que se dejó caminar de madrugada, de mano de un pianista de ojos amarillo-verdosos. O la vez en que inauguramos el sentido contrario en una calle principal, después de confundir a los Santos Reyes Magos con una procesión de la Vìrgen, que por algo dicen que la ciudad P. es una gran mocha.
También pasé los dedos encima del recuerdo de un par de conciertos, la satisfacción de unas chalupas a la vuelta del Carolino, cuando comer manteca no hacía daño y beber cervezas en los bares de Los Sapos no era tan peligroso. Caminatas por calles adoquinadas y besos, muchos besos.
Tiene sus cosas buenas la ciudad P., te da opciones y deja que tú eligas. Puedes escoger ir a oír música de cámara en un restaurant de artistas incomprendidos, tomar chocolate con bombones o perderte de ebrio en un antro clandestino del barrio alto, quizá que te roben el celular en un taxi o caigas en los baches hijos de P.
Grandes lugares de la ciudad P. dos veces, digo tres, mi alma mater: el hospital donde nací, la universidad, la escuela de escritores.
Lugar de paso, lugar de estudios, lugar de escapes.
Amo a la ciudad P.

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