Ponche (2011)



Carajo, me digo, mientras salgo de la casa azotando la puerta porque mi esposa me envió a traer ciruelas pasas para el ponche. Fuimos de compras ayer y se le olvidó comprarlas. Maldigo, seguramente todo estará hecho un relajo, compras de última hora, ¡sólo a mi mujer se le ocurre!
Trato de arrancar el auto y no enciende, está frio, afuera debe estar a unos cinco o seis grados. Doy un manotazo al volante, bombeo el pedal del acelerador y vuelvo a intentar. La marcha se oye como un viejo con bronquitis. Bombeo otro poco y al fin el auto enciende. Acelero y salgo rechinando llantas del fraccionamiento, me enfilo hacia el centro de la ciudad para tomar rumbo al súper. Apenas llego a la avenida principal me topo con un caos descomunal. Los autos que vienen, que dan vuelta, que van, que suben no pueden moverse. Hay un amontonadero en cuatro puntos y estoy justo en medio.  Pasando veinte minutos logro avanzar poco a poco. Cuarenta después de haber salido de casa llego al supermercado. En el estacionamiento doy una, dos, tres vueltas y no encuentro lugar. Al quinto, quizá al sexto intento, logro ganarle uno a un hombre que dudó. Me bajo y escucho como el hombre me la mienta, le hago una señal con el dedo medio, sigo de largo y entro a la tienda. ¿Dónde demonios estarán las ciruelas pasa? Deambulo en salchichoneria, en el pasillo de enlatados, por el de las papas y no las hallo. Tengo que preguntarle a uno de los empleados. Apurado, el muchacho apenas se detiene medio segundo a responderme: “Probablemente en abarrotes” y se va.  Claro, en abarrotes, pienso. Y sigo dando vueltas. Al pasar por los condimentos y las especias las veo, hay un paquetito, qué bueno que Emma, mi esposa, no me pidió más. Alargo el brazo para alcanzar la bolsita y en eso una señora gorda y pintada de rubio platinado hace lo mismo, forcejeamos un poco hasta que consigo arrebatarle el paquete. La mujer me dice que soy un majadero y no sé cuántas cosas más que ya no logro escuchar porque me alejo veloz hacia el área de cajas. No me voy a tardar pues sólo llevo un artículo. Busco las cajas rápidas, están atestadas de gente, recorro las otras, las colas son enormes y la gente lleva infinidad de objetos: entre el papel higiénico, el shampoo y los tintes está el pavo, la sidra patona, la pavera, una bolsa de pan enorme, manzanas, litros de crema, las piñatas, el bacalao, betabeles, zanahorias.  Veo una fila más o menos corta que parece avanzar a buen ritmo, de dos pasos largos le gano el lugar a una muchacha de unos veinte años. Me toca el hombro, lo cual me irrita sobremanera y me dice, ahí voy yo, estoy formada, volteo y efectivamente aún detrás de ella sigue la fila de gente. Me hago el sordo, los que van delante de mí han avanzado, yo también lo hago. Qué me importa que la chica diga que está formada, sólo llevo una mísera bolsa de ciruelas pasas para el ponche y no me voy a tardar nada. La chica empieza a hablar más fuerte “¿Qué no oyó? Ese es mi lugar.” Sigo pretendiendo no escuchar y avanzo un poco más. La chica empieza a gritar: “Oiga, fórmese”. Sí, sí, que se forme gritan los de atrás.  Con toda la rabia que me sube desde el estómago, oprime mi pecho y se instala en mi garganta volteo y le digo a la chica: “Oiga, relájese. ¿Que no ve que es navidad?”

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Guardiana del abismo

El retrato de Zoe y otras mentiras, de Salvador Elizondo

G. V. Z.