Ciudad pequeña

Lo vi en el restaurante en donde comí. Era un tipo que aún sentado se veía alto. Tenía el cabello oscuro, rizado, y la piel blanca. Bigote. Jamás me había llamado la atención un tipo de bigote. Sin embargo éste, con sus brazos algo velludos y las uñas de las manos cortadas al ras, me tenía anonadada. Comía con empeño, como siempre he pensado que lo hacen todos los hombres, con ganas, con gusto, ávidamente. Platicaba de vez en vez con sus acompañantes. Llévaba una férula en la pierna derecha y unas muletas descansaban sobre el respaldo de la silla que se encontraba junto a él. Imaginé qué le habría pasado. Un accidente de trabajo, un mal paso, una caída haciendo deporte. Lo vi sonreír. Miré también cómo enrollaba una tortilla con maestría y luego le daba una mordida. Fue ahí cuando sintió que lo observaba. Volteó discretamente hacia mi mesa y giró de nuevo para seguir comiendo. Apenas eran las tres de la tarde y el día había mejorado bastante. Él siguió comiendo y hablando de vez en vez con sus acompañantes: un par de mujeres que posiblemente trabajarían con él, pues no se veía otro tipo de roce o de miradas entre ellos. Sonreí para mis adentros. Mi plato estaba intacto. Ciudad pequeña, todos se conocen o se han visto al menos alguna vez. Cómo llegó hasta aquí, imposible no haberlo notado, quizá estuviera de paso. Por fin, comí. Creo que de prisa porque lo alcancé en el momento del postre. Para entonces una de las mujeres había notado que yo lo miraba. No por eso dejé de hacerlo. Acabamos el postre y pagamos casi a la par. Ellos se levantaron antes que yo. Sí, era alto. Mediría casi un metro ochenta. Dijo provecho viendo hacia el otro lado de donde yo estaba y cuando volteó hacia mi sitio y se encontró con mi mirada, titubeó y sin poder decir palabra, siguió caminando. Trajeron mi cambio. Salí detrás de él y sus acompañantes. Él se despidió. Ellas subieron a un auto. Él caminó despacio unos cuantos pasos. Yo subí a mi coche. Iba a alcanzarlo para ofrecerle un ride, pero él se acercó a una camioneta y antes de subirse me sonrió. Avanzamos en fila sobre la calle, las mujeres adelante, luego él y después yo. Cuando llegó a la bocacalle y giró a la derecha, toqué el claxón y le hice señas para que se detuviera. Más adelante las mujeres disminuyeron la velocidad y él también detrás de ellas. No se detuvo por mí. Las mujeres habían buscado la forma de evitar que yo lo abordara. Una de ellas bajó del auto, quizá la que no se había dado cuenta que yo veía a aquél muchacho en el restaurante. Iba a pararme, pero seguí de largo. Ciudad pequeña. Ni a ellas, ni a él los había visto nunca. Él traía placas de Oaxaca, ellas del estado de México. Eran casi las cuatro y el día había valido la pena. Por hoy me había enamorado.

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