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Camino por los pasillos de un hospital, mi abuela está en la habitación del medio, su cama no es la de junto a la ventana, sino la que está cerca de la puerta. Se peina. Sus manos son morenas, tiene uñas en forma de almendra, las lunas son muy blancas. No tiene el cabello corto, no me mira. Esta atenta a desenredar la cabellera que empieza a llenarse de ondas. El hospital ya no me da miedo. Ella no está muerta y sé que si avanzo más sobre el pasillo su voz me llamará: Chinita.

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