Perfumería

Para Adrián Márquez

Ay, Carlos, con seguridad te envolvía aquel aroma de Carolina Herrera que prefiero no recordar. Llevabas puesto un pantalón beige, camisa del mismo color y una chamarra de gamuza que acentuaba el ancho de tus hombros.

Como siempre tu cabello, mezclado con la noche, se revolvía con el viento frío.

El tráfico estaba horrible, eran casi las diez. La ventana estaba abierta pues Tatiana olía demasiado al Chanel que no va con ella y además no paraba de oprimir los botones del estéreo. Exploraba cada pista del CD durante unos segundos, pasaba a la siguiente y al final sacaba el disco para meter otro.

Te conocí en la tienda, te recomendé una fragancia fresca, audaz y con notas cítricas. Me invitaste a salir. Fuimos a un bar que no conocía en donde me enajené con tus ojos, dónde bebimos y platicamos a gusto. Nos marchamos después de las tres de la mañana, pregunté a dónde íbamos, propusiste tu departamento y dije bueno.

Cuando encendiste la luz de la estancia noté que casi no había muebles, típico en la casa de un hombre soltero. Pasamos directo a la recámara. Me senté en el sofá de piel y tú en la orilla de la cama cubierta con un edredón negro. Me ofreciste vodka con esencia de vainilla; acepté aunque ya había sobrepasado mi límite.

Al rato, sin más, preguntaste si tenía ganas. Contesté en silencio quitándome la ropa mientras observaba como te metías al baño. Cuando regresaste ya me había metido entre las sábanas y tenía la cara sobre la almohada tratando de ocultar esa sensación tan extraña que provocaba un pantano en mi estómago y el temblor en las piernas que jamás supe si era de frío o de nervios. Escuché cómo arrojabas el pantalón y la chamarra sobre el piso. Imaginé que durante el corto silencio que siguió, estarías desabotonando la camisa y deshaciéndote de lo demás. Con un rápido movimiento hiciste a un lado las sábanas y así me dejaste adivinar la prisa que tenías.

Suspiré al sentir la piel de tu pecho rozar la de mi espalda y tu aliento hundido en mi nuca. Preparabas el terreno besando mi cuello y mordisqueando mis oídos. Había notas de naranja en el cuarto apenas alumbrado por una lámpara junto a la cama. Debajo del edredón negro y dentro de las sábanas tu piel morena se instalaba en la mía más bien descolorida. Disfruté tu boca y las manos que me recorrieron como jamás nadie lo había hecho pero un viento frío se colaba en la habitación.

Al terminar otra vez fuiste al baño. Aproveché para levantarme, vestirme y gritar que me iba.

Saliste (buena ocasión para admirar tus piernas duras, el pene egocéntrico, tu estómago firme, el pecho tonificado, tus labios...), me dijiste te hablo el lunes.

Pasó una semana, el teléfono de la tienda no se dignaba a ofrecerme tu voz. Pensé que te convertirías en otra historia inconclusa, en un mero incidente. Así sería mejor, aunque deseaba que tu aroma me perteneciera un poco, que tu estancia a mi lado se prolongara.

El jueves siguiente sonó el teléfono, al oír mi voz preguntaste si nos tomábamos un café. No iba a negarme, necesitaba verte. Cerré temprano, tomé el auto y manejé para ir a encontrarme contigo.

Llegué. Estabas ya esperándome. Vestías deportivo: jeans, playera OP y tu chamarra Náutica. Olías exquisito. 212, por supuesto.

Charlamos, me contaste que saldrías durante dos semanas, un congreso. Pediste que me fuera contigo. Maldita sea, no podía. El trabajo, los compromisos. “Si quisieras sería fácil, podrías dejar al auxiliar a cargo”, alegaste. Nuevamente dije no puedo y noté la tensión en tu rostro.

Fuimos de nueva cuenta a tu casa. Me hiciste el amor no con tanta paz como la primera vez. En ningún momento quisiste mirarme. Probablemente se trataba de una especie de venganza. Empujabas, bufabas y yo me deshacía gozando el castigo en aquel cuarto oscuro porque en esa ocasión, apagaste hasta la lámpara.

Después de aquello no nos vimos por casi un mes. Durante ese tiempo pasé un par de ocasiones frente al edificio donde está tu departamento con ganas de bajarme del auto, abrazarte y dejarme llevar. Pero no tuve el coraje. Me seguí de largo con las manos húmedas sobre el volante y mis piernas temblando estúpidamente apoyadas sobre los pedales.

Recuerdo que una noche, mientras bajaba la cortina del negocio, te apareciste con un hola y tuve que contenerme para no lanzarme a tus brazos porque aún había algo de gente en el centro comercial.

Salimos cada quien en su coche. Tomamos un camino distinto y fuimos a parar a un hotel sobre la carretera, pediste un cuarto y subiste a la habitación. Me bajé del coche con impaciencia y subí las escaleras con prisa para alcanzarte. Cuantas ganas tenía de tu aroma...

Esa noche terminamos muy cansados porque experimentamos más. No pensé que tuviéramos tanta imaginación. Acurrucados en esa cama con sábanas color azul y en ese cuarto que apestaba a pinol empezaste a hablar de lo difícil que es mantener una relación en estos tiempos, de nuestra incapacidad para el compromiso, de la inconstancia. No sabes cuánto desee ponerme a tu disposición, confirmarte que sería sólo para ti y mencionar mi deseo de que tú fueras solamente mío. Tenía tantas ganas pero no iba a pedir algo que no podía dar...

Lloré un poco, dándote la espalda. Dormimos. Al otro día desperté muy temprano con el pretexto de abrir la tienda. Tomé mis cosas y puse un beso tenue en tus labios que sirvió para despertarte. Cerré la puerta pensando que tal vez sería mejor ya no verte. Pedí a los empleados y a mi ayudante que me negaran si llegabas a hablar. Lo hiciste probablemente tres o cuatro veces y yo casi ataba mis manos al lavabo mientras veía en el espejo del baño llegar las lágrimas hasta mi boca que no podía decirte ni una palabra al teléfono. Por suerte, nunca fuiste a buscarme al centro comercial porque te hubiera pedido cubrir el formal protocolo, que fueras solo mío... y no podía. Así, continué atendiendo proveedores, llenándome la nariz con otros perfumes y llorando en el baño.

Llevaba la ventanilla abierta, eran casi las diez, el cansancio iba prensado en mi cerebro. Recogí a Tatiana en su casa, no había rumbo fijo, seguramente iríamos a Vips o al bar de su amiga porque nunca pasábamos de esos lugares. Miré a mi derecha y ella me pidió que la besara. Lo hice de mala gana y dejó de mover el estéreo. Volteé hacia el otro lado y mientras pisaba despacio el acelerador te vi a punto de cruzar la calle, reconocí de inmediato tus hombros, la piel morena de tu rostro, la ropa. Carlos, precisamente hoy que no quería verte te aparecías como un espejismo al lado del camino. Seguramente olías al 212 de Carolina Herrera. Tu cabello estaba desordenado. Me viste al lado de Tatiana, dándole un beso impuesto, igual que el perfume que usa. Sentí cómo tu electricidad se apoderaba de mi columna vertebral. Algo oprimía mi estómago, tal vez era la culpa, el saberme un cobarde, sentir que te había defraudado. Odié tanto la bruma del Chanel que me hostigaba. Las lágrimas querían aparecer. De nuevo las aguas pantanosas hacían un remolino en mi estómago. Avancé un poco más y toqué el claxon. Levantaste la mano en señal de adiós, Tatiana preguntó: “¿Quién es, amor?”

Comentarios

Anónimo dijo…
hay mucha frescura en la transparencia de tu relato
ME GUSTO DEMASIADO TU RELATO. LA FORMA EN COMO HILAS LA HISTORIA DEL PRINCIPIO AL FIN ES BUENA
NMM dijo…
me gusta tu blog, lo que escribes y lo que leo.

seré asiduo.


salut.
AOV dijo…
Hola Zoé
Buen relato, ligero y bien llevado. Sólo creo que el inicio es un poco confuso, pero sale beneficiado conforme la línea de desarrollo avanza.
Saludos
la nada de nada dijo…
escritos nuevos; nuevos tonos, personajes, sentimientos. bonito, pero me encantaria saber que paso despues? lo dejare a mi imaginacion pa resolver en tiempos libres. me imagino que tal vez no se vieron, o en el mejor de los casos, se vieron y se quedaron mas momentos. gracias por el ultimo abrazo, fue super bien recibido. ahora te mando uno yo, con mucho cariño.
Mamá-Z dijo…
Llego a tu blog por una casualidad. Andaba buscando el libro de Salvador Elizondo (El retrato de Zoe). Supongo que de ahí tomaste el título. De pronto, me encuentro con tus palabras. Digo, a ver, a ver, una mujer hermosa (tu fotografía te muestra bellísima) que ha leído a Elizondo. Esto no es normal.

Leo tu… ¿cuento, crónica, vida? No sé, pero acabé envidiando al tal Carlos y a la inoportuna de Tatiana.

¡Tengo que seguir leyéndote! ¡Sigue escribiendo!

Agus
Mamá-Z dijo…
Llego a tu blog por una casualidad. Andaba buscando el libro de Salvador Elizondo (El retrato de Zoe). Supongo que de ahí tomaste el título. De pronto, me encuentro con tus palabras. Digo, a ver, a ver, una mujer hermosa (tu fotografía te muestra bellísima) que ha leído a Elizondo. Esto no es normal.

Leo tu… ¿cuento, crónica, vida? No sé, pero acabé envidiando al tal Carlos y a la inoportuna de Tatiana.

¡Tengo que seguir leyéndote! ¡Sigue escribiendo!

Agus

P.D. Lo que no entiendo es cómo es que escribes tan bien y, en cambio, te gusta música tan fea. En fin, cuestión de gustos.
Mamá-Z dijo…
Gracias, Zoe, por hacer un comentario en mi blog. Yo creí que te habías enojado por no compartir tus gustos musicales (es que los Babasónicos no más no me entran, y Eli Guerra, ¿quién le dijo que cantaba?). Y lo creí porque creo que borraste mi comentario de aquí. No importa, Zoe. El asunto es que te mando un beso. Tu blog es de los pocos que me han interesado.
Unknown dijo…
Te soy sincero... no me gustó la selección de fragancias... supongo que prefiero lo natural.

Pero me gusta tu blog, en términos generales es "natural"...

Y sí... muchas cosas en común :)

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