Predestinados*
Nacieron el mismo día, dieciséis de agosto. Se conocieron en la primaria. Iban a ser novios en secundaria pero Cristina vio un día el llavero de Juan que tenía un burro con la pinga parada y se asustó tanto que ya no le permitió toquetearla en el patio de atrás.
Estudiaron en la misma prepa, ella iba en el A, él en el F. Todos los días cuando se bañaba, Juan sentía que el estropajo que pasaba por sus piernas velludas y su sexo de catorce y medio centímetros, recién presumido entre sus amigos Erick, Aldo y Héctor, era estrujado, besado, rasguñado por Cristina que ya ni siquiera le dirigía la palabra.
Durante los recesos, mientras él jugaba básquetbol, ella lo observaba de lejos. O tal vez eso le gustaba creer. La rutina de Cristina era sentarse en las jardineras, platicar con sus amigas, comer su lunch y beber electropura. Después de pintarse los labios, el grupito de niñas ruidosas se iba. En cambio Juan se desbarataba al pensar que por cada canasta Cristina lo bebería como a su agua embotellada, dejándole la verga embarrada de brillo rosa.
Se graduaron del bachiller, dejaron de verse al menos cuatro años. Ella se fue a estudiar a una universidad privada, se convirtió en una niña mona con el cabello teñido de rubio, maquillaje impecable, tacones del doce y perfume Armani.
Él siempre se iba a refugiar a los bares cercanos a la facultad cuando salía de clases. Estudiaba ingeniería química, no iba excelente pero tenía buenas notas. Otro de sus pasatiempos era coger con alguna compañerita de la escuela. No importaba si era de aquellas primerizas a las que se les debe de decir hasta cómo ponerse en cuatro. Empezaba con las palabras cursis, los coqueteos. Después, ya con más confianza soltaba alguna proposición que no era rechazada sobre todo si había cerveza de por medio. Al terminar Juan, orgulloso, fumaba un Delicado pues creía que le daba aires de casanova.
Cristina por su lado, de tomar cerveza ni hablaba. Iba siempre con Fernanda y Bárbara a los antros de moda y pedían vodka. Les encantaba posar para la cámara de las secciones de sociales que siempre atrapaba en un flash a las niñas guapas antes de que terminaran ebrias.
Un día Juan se acordó de ella. “Son tal para cual, hasta nacieron en la misma fecha”, retumbaba la frase que le había dicho alguna vez su mamá. Sí, cómo no, se dijo él. “Pinche vieja apretada”. Tomó unos jeans, una camisa roja y salió a chelear.
En el antro, Juan platicaba con Héctor y Erick de mujeres, de las últimas cogidas y de cuánto tiempo aguantaban sin venirse. De momento la conversación se volvió nebulosa. No sabía qué decir ni escuchaba qué contaban sus amigos. Volteó hacia donde había visto un flash. La mesa aquella estaba repleta de niñas fresas, enfocó y distinguió a Cristina. Los senos respingados se oprimían contra la blusa. Llevaba un pantalón blanco ajustado. La vio reír, bailar y beber toda la noche.
Casi a las tres, Juan disimulaba una erección sin levantarse de la mesa. Cristina entró al baño. Si él ya estaba ebrio, seguro ella también. Se animó a seguirla. Espirituosos como estaban no sería difícil apoyarla en los lavabos y darle por atrás.
Juan entró, puso el seguro. Empujo una, dos, tres puertas y encontró a Cristina chupándole la pepa a una muchacha sentada en el retrete. Juan reconoció a la chica. Era su compañera de la facultad, una muy simple, de jeans descoloridos y cabello peinado en cola de caballo. Quiso entrar al quite pero Cristina volteó a verlo con ojos de noestéschingando. Él cerró la puerta y salió.
Definitivo. Su mamá tenía razón. La prole y los fresas son tan para cual.
*Escrito en el taller de Anel Nochebuena: "Literatura erótica". Puebla, Mex.
Estudiaron en la misma prepa, ella iba en el A, él en el F. Todos los días cuando se bañaba, Juan sentía que el estropajo que pasaba por sus piernas velludas y su sexo de catorce y medio centímetros, recién presumido entre sus amigos Erick, Aldo y Héctor, era estrujado, besado, rasguñado por Cristina que ya ni siquiera le dirigía la palabra.
Durante los recesos, mientras él jugaba básquetbol, ella lo observaba de lejos. O tal vez eso le gustaba creer. La rutina de Cristina era sentarse en las jardineras, platicar con sus amigas, comer su lunch y beber electropura. Después de pintarse los labios, el grupito de niñas ruidosas se iba. En cambio Juan se desbarataba al pensar que por cada canasta Cristina lo bebería como a su agua embotellada, dejándole la verga embarrada de brillo rosa.
Se graduaron del bachiller, dejaron de verse al menos cuatro años. Ella se fue a estudiar a una universidad privada, se convirtió en una niña mona con el cabello teñido de rubio, maquillaje impecable, tacones del doce y perfume Armani.
Él siempre se iba a refugiar a los bares cercanos a la facultad cuando salía de clases. Estudiaba ingeniería química, no iba excelente pero tenía buenas notas. Otro de sus pasatiempos era coger con alguna compañerita de la escuela. No importaba si era de aquellas primerizas a las que se les debe de decir hasta cómo ponerse en cuatro. Empezaba con las palabras cursis, los coqueteos. Después, ya con más confianza soltaba alguna proposición que no era rechazada sobre todo si había cerveza de por medio. Al terminar Juan, orgulloso, fumaba un Delicado pues creía que le daba aires de casanova.
Cristina por su lado, de tomar cerveza ni hablaba. Iba siempre con Fernanda y Bárbara a los antros de moda y pedían vodka. Les encantaba posar para la cámara de las secciones de sociales que siempre atrapaba en un flash a las niñas guapas antes de que terminaran ebrias.
Un día Juan se acordó de ella. “Son tal para cual, hasta nacieron en la misma fecha”, retumbaba la frase que le había dicho alguna vez su mamá. Sí, cómo no, se dijo él. “Pinche vieja apretada”. Tomó unos jeans, una camisa roja y salió a chelear.
En el antro, Juan platicaba con Héctor y Erick de mujeres, de las últimas cogidas y de cuánto tiempo aguantaban sin venirse. De momento la conversación se volvió nebulosa. No sabía qué decir ni escuchaba qué contaban sus amigos. Volteó hacia donde había visto un flash. La mesa aquella estaba repleta de niñas fresas, enfocó y distinguió a Cristina. Los senos respingados se oprimían contra la blusa. Llevaba un pantalón blanco ajustado. La vio reír, bailar y beber toda la noche.
Casi a las tres, Juan disimulaba una erección sin levantarse de la mesa. Cristina entró al baño. Si él ya estaba ebrio, seguro ella también. Se animó a seguirla. Espirituosos como estaban no sería difícil apoyarla en los lavabos y darle por atrás.
Juan entró, puso el seguro. Empujo una, dos, tres puertas y encontró a Cristina chupándole la pepa a una muchacha sentada en el retrete. Juan reconoció a la chica. Era su compañera de la facultad, una muy simple, de jeans descoloridos y cabello peinado en cola de caballo. Quiso entrar al quite pero Cristina volteó a verlo con ojos de noestéschingando. Él cerró la puerta y salió.
Definitivo. Su mamá tenía razón. La prole y los fresas son tan para cual.
*Escrito en el taller de Anel Nochebuena: "Literatura erótica". Puebla, Mex.
Comentarios
Besos
R.K.
Jajajaja un saludo!
Un lector mas.
Usuario anónimo, gracias por la visita, creo que puede que tengas razón. Los relatos cortos siempre dan para más.
K-burra, gracias por pasar a leer. Bienvenido.
Nos estaremos leyendo.
Saludos
Armando Ortiz