Inventario

Lo que pesa es no tener tu foto, contar solamente con tus rasgos dibujados por la memoria y con los retazos de recuerdos que lucho porque aparezcan: tenías la boca grande y bonita sonrisa, el ceño fruncido y las cejas pobladas, te fascinaba Deep Purple y tenías un gato que se llamaba Guillen. Recuerdo tu cabello chino, la playera roja, el uniforme de la escuela en tu espalda amplia y tu cintura estrecha, los bostonianos y tus botas matavíboras, los pasillos del Cobat, un catorce de febrero donde -casualmente- en el intercambio de tarjetas te tocó darme una a mí, la broma en la cafetería, el beso que te robé cuando me fuiste a dejar a mi casa en el Sabinal, que llevabas morral a la escuela en lugar de mochila -pero no recuerdo el color-, que fuimos a una tardeada en la Century, que frecuentabas las Moy, que te vi una vez caminando por la calle del módulo dental con tus amigotes, creo que iban o venían de pelearse con uno del Independencia, o al menos eso pensé, ja. Que me adulabas por haber tenido la mejor nota en el examen de admisióna la prepa, que olías bonito -una mezcla de suavizante de ropa, humedad y alguna yerba-, que lloramos fuera de la casa de un compañero, la razón: tu tenías una fijación y yo en ese entonces era una niña mocha que quería cambiar a la gente.
También recuerdo que le decías Edith a mi mamá y Lalo a mi papá (pero él te apodó Polvo), que caminamos Fátima, tú y yo tomados de la mano por el Sabinal, que tú y El Chivo me acompañaron a comprar la fruta para la ofrenda de nuestro salón, que una noche anduvimos por la calzada del convento de San Francisco y me dijiste que querías casarte conmigo pero que no se podía en ese momento.
Eras bueno en matemáticas, escribías con letra chiquita y medio retorcida y me hiciste varias notitas y cartas que tiré cuando ya no andabas conmigo y me dolía que hubieras dicho que me amabas. Fuimos juntos al curso vocacional de la UAT y calzabas huaraches, recuerdo tu calle y tu casa ubicada junto al lugar donde entraste a trabajar los fines de semana y desde donde me hablabas, recuerdo la vez que te fui a visitar a tu trabajo y yo temblaba, era tu cumpleaños y te regalé un libro sobre María Sabina. Recuerdo que un par de veces fuiste por mí a Puebla a la escuela, que entraste a la UAT a estudiar ingeniería química y que te acompañé a una fiesta, que eras compañero de Juan Pablo, que te escribí un cuento que no sé dónde está y un poema en una revista que hice de tarea en la Universidad, que te vi con tu novia en el concierto del Tri y te dije adiós wey, que anduve con tu mejor amigo, que después me dijiste que sí te había dolido y yo confesé que sólo lo había hecho por ardida, que me visitaste una o dos veces en mi casa de San Isidro, que hablabamos por teléfono largo rato, que el año pasado me llamaste -pero no logro recordar ni el mes-, que alguna vez dijiste que conmigo si le serías infiel a tu novia, que me escuchaste en la radio y leíste mis cuentos en el periódico y me felicitaste, igual que por mi libro.
En fin, desde hace cinco o cuatro años les llevo pastel o paletas a mis alumnos el día del estudiante gracias a que tú me dijiste que tuviera un detalle con ellos.
De objetos materiales sólo me quedan un par de tarjetas aún empaquetadas que me diste, un recadito que hiciste a computadora, un globo en forma de corazón y tu paliacate negro que me llevé al concierto de Santana el día que me dijeron que te habías muerto.
Lo que me pesa es el momento idiota en que tiré las cartas y tu foto.
Hoy sólo tengo la certeza de que eres la persona que más sinceramente me ha querido, un agradecimiento porque me hiciste entender que no sirve de nada guardar rencor y esto que acabo de escribir, nada más.

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