El doctor la escuchó con atención, miró su grabadora que seguía encendida, luego, de golpe le dijo: -- Señora, todo lo que me contó es producto de su mente. Ella supo entonces que lo mejor de su vida, esos últimos siete meses, habían sido inventados. Sintió una opresión larga y aguda en el estómago. Una serpiente helada recorrió su espina dorsal. Pensó largo rato en dónde habría sido, quizá en Egipto donde humilló a las esclavas, o en la aldea japonesa que abandonó por no tener el valor suficiente para vengar la muerte de Hiroshi, su mejor amigo; o probablemente fue en Tlaxcala, cuando no pudo esconder a sus hijos de las manos de los evangelizadores. No lo sabía con precisión, pero estaba segura de que en alguna otra vida, en alguna otra parte, algo muy grave le había hecho a alguien. Trastabillando, salió del consultorio, dejó atrás el llamado insistente del médico. Siempre se había dicho a sí misma que la única certeza que tenía eran sus recuerdos. Ahora, en un segundo, los siete mes