MI VERSIÓN
Eran las 9:30. Sonó el teléfono. María. Vendría por mí. Necesitaba hablar. No sé exactamente si conmigo.
Llegó quince minutos después. Tocó el claxon, tomé una chamarra y salí de la casa. Ella me esperaba afuera.
Me dijo que no llevaba dinero, que sólo daríamos una vuelta y nos fumaríamos un cigarro. Iba tensa. Se estresa con facilidad. Sus ojos orgullosos no querían mirarme. Hacía casi un mes que no me buscaba. Compramos cervezas y nos fuimos por ahí. Al poco rato se nos soltó la lengua. Nos estacionamos no sé dónde. Comenzó a hablar con esa voz de dolor que ya conozco. No decía nada concreto. Así sucede cuando queremos sacar algo, contarlo, pero no totalmente. Tenemos que suponer, acaso, adivinar.
Volteó hacia mí de repente, y me pidió que la abrazara. Fue un “cógeme” sin palabras. Lo supuse. “Quítame está soledad que traigo encima, esta tristeza”. Quitar soledades, como aquella vez que me quitó la mía y no volvimos a decir nada.
La abracé. Sentí como su cuerpo se refugiaba en mí. La besé. Me lo pedía nuevamente sin palabras.
Empezó a llorar y a besarme con mayor vehemencia. Sentí sus lágrimas en mi cara. Sus lágrimas que se mezclaron con nuestras salivas. “Cógeme ahora”. No me detuve. Ella no lo quería.
La coloqué encima de mí, bajé apresuradamente los cierres que hubo que bajar. Toda ella lloraba. Todo su cuerpo pedía lo mismo.
“Cógeme, quítame la tristeza”. Mis dedos obedecían velozmente. Ella se puso a mi merced. Estaba elevada, yo la controlaba.
A los pocos minutos me exasperó su rostro inmutable, inexpresivo. Estaba ida. Le di sin embargo todo lo que pude darle, en todas las formas imaginables. Se acabó cuando me dijo: “Vámonos, es tarde”.
¿Es tarde? Así sin más. Pude haberme pasado horas en aquel sitio pero ella de tajo terminó con lo que me había pedido sin pedir, con lo que me suplicó sin palabras. Le di lo que su cuerpo quería, tal vez lo que gritaba su alma. No lo oí, pero lo supuse.
Llegó quince minutos después. Tocó el claxon, tomé una chamarra y salí de la casa. Ella me esperaba afuera.
Me dijo que no llevaba dinero, que sólo daríamos una vuelta y nos fumaríamos un cigarro. Iba tensa. Se estresa con facilidad. Sus ojos orgullosos no querían mirarme. Hacía casi un mes que no me buscaba. Compramos cervezas y nos fuimos por ahí. Al poco rato se nos soltó la lengua. Nos estacionamos no sé dónde. Comenzó a hablar con esa voz de dolor que ya conozco. No decía nada concreto. Así sucede cuando queremos sacar algo, contarlo, pero no totalmente. Tenemos que suponer, acaso, adivinar.
Volteó hacia mí de repente, y me pidió que la abrazara. Fue un “cógeme” sin palabras. Lo supuse. “Quítame está soledad que traigo encima, esta tristeza”. Quitar soledades, como aquella vez que me quitó la mía y no volvimos a decir nada.
La abracé. Sentí como su cuerpo se refugiaba en mí. La besé. Me lo pedía nuevamente sin palabras.
Empezó a llorar y a besarme con mayor vehemencia. Sentí sus lágrimas en mi cara. Sus lágrimas que se mezclaron con nuestras salivas. “Cógeme ahora”. No me detuve. Ella no lo quería.
La coloqué encima de mí, bajé apresuradamente los cierres que hubo que bajar. Toda ella lloraba. Todo su cuerpo pedía lo mismo.
“Cógeme, quítame la tristeza”. Mis dedos obedecían velozmente. Ella se puso a mi merced. Estaba elevada, yo la controlaba.
A los pocos minutos me exasperó su rostro inmutable, inexpresivo. Estaba ida. Le di sin embargo todo lo que pude darle, en todas las formas imaginables. Se acabó cuando me dijo: “Vámonos, es tarde”.
¿Es tarde? Así sin más. Pude haberme pasado horas en aquel sitio pero ella de tajo terminó con lo que me había pedido sin pedir, con lo que me suplicó sin palabras. Le di lo que su cuerpo quería, tal vez lo que gritaba su alma. No lo oí, pero lo supuse.
Comentarios
Estupenda frase, que creo que resume perfectamente el resto del texto. La soledad y la tristeza son malas compañeras de camino, y todos nos defendemos de ellas como podemos. Aunque a veces sea del modo más extraño.
Me gustó tu texto, felicidades.
Bien llevada la tensión justo hasta el anticlímax. Y luego ese lodo en la mirada...
Bien por tus letras.
En fin, a mí eso de suponer y adivinar nunca se me ha dado... y en caso de que se me diera alguna vez... no sé si tendría una respuesta como la tuya en la situación anterior.
Muchos saludos
:)