Predestinados*
Nacieron el mismo día, dieciséis de agosto. Se conocieron en la primaria. Iban a ser novios en secundaria pero Cristina vio un día el llavero de Juan que tenía un burro con la pinga parada y se asustó tanto que ya no le permitió toquetearla en el patio de atrás. Estudiaron en la misma prepa, ella iba en el A, él en el F. Todos los días cuando se bañaba, Juan sentía que el estropajo que pasaba por sus piernas velludas y su sexo de catorce y medio centímetros, recién presumido entre sus amigos Erick, Aldo y Héctor, era estrujado, besado, rasguñado por Cristina que ya ni siquiera le dirigía la palabra. Durante los recesos, mientras él jugaba básquetbol, ella lo observaba de lejos. O tal vez eso le gustaba creer. La rutina de Cristina era sentarse en las jardineras, platicar con sus amigas, comer su lunch y beber electropura. Después de pintarse los labios, el grupito de niñas ruidosas se iba. En cambio Juan se desbarataba al pensar que por cada canasta Cristina lo bebería como a su agua...