No podemos estar satisfechos del todo. Igual que el de la mercería no quiere vender su último metro de listón porque después qué vende, no podemos tener todas nuestras carencias cubiertas sino se nos acaban las historias y después ¿qué escribimos?
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Mostrando las entradas de septiembre, 2013
Tormenta
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La noche se escurre y él se asoma solo, detrás de esa cortina ve su par de manos, disfruta de sus ojos, muerde sus labios, tiene tanto y no mana. Pidió que lloviera, que lloviera mucho pero no puso el balde. El agua explota, el agua truena, se desperdicia. Goterones amenazan con granizo y aquí la cortina de agua oculta su rostro. Quiere beber desde adentro, la lluvia es fresca, le han dicho, l a lluvia canta al escurrir por el cuerpo. Pero él no juega afuera. Se queja cuando llueve y reclama cuando no. Las gotas lamen el cristal de la ventana y él se da cuenta de que tiene un yoyo, un titére, un balón. Podrían salir a jugar, pero el agua ahoga. Y ella, la de la otra ventana, oculta tras la cortina odia la sequía y el rostro empapado mientras desliza el índice siguiendo una gota. Tanta agua y no quiso sacar el balde. Los dos añoran el sol, refugiados en la tormenta sintiendo caer las gotas sobre sus cabezas.
My man
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El hombre que amo tiene además de cabello largo un montón de sueños en la cabeza. Vive en una cabaña y hace de su vida su propio plan. El hombre que amo tiene los ojos más confortables y mullidos que en color azul se pueda hallar. El hombre que yo amo prende un cigarrillo y se asoma a la ventana tiene la curiosidad del niño y la experiencia de un mago. El hombre que yo amo es un caballo salvaje que se echa como gato para dejarse acariciar. El hombre que yo amo me da calor con su aliento, acaricia mis noches y acompaña mis días. El hombre que yo amo me prepara el café y yo me quedo viéndolo mientras sorbe, mientras hace sus labores, mientras me ve.