Misterios femeninos
Ni las lágrimas terribles, ni la suerte de las mártires provincianas, ni las almas colmadas de dramáticos adioses han incidido tanto en mi corazón lópezvelardiano como lo que ocurre en este misterio: por qué las mujeres se caen en las banquetas y se ponen en las rodillas unos raspones como de niño chiquito. Nunca he sentido tanto el deseo de protegerlas, de arroparlas paternalistamente, de arrimarlas a mi corazóin como cuando el cemento artero las faulea y el piso se les esconde bajo los pies y ellas descubren de pronto todo el vacío de la vida, el pozo de la ausencia sin regreso. Algunas veces las he detenido antes del derrumbe o, cuando la participación de mi brazo ha sido infructuosa, mi sola presencia ha contribuido con humildad a no hacer tan visible o tan sensible ese vacío. Pero sobre todo las he visto entrar a un sitio con las medias o la falda rotas, o la mezclilla partida por las rodillas y la mordida de piraña del cemento bajo el harapo. Y las he visto caerse desde lejos y